En el resguardo indígena Inga de Yunguillo se empezó a gestar hace casi tres años, un proyecto que busca, a través del fútbol, visibilizar el talento de las mujeres indígenas y abrir espacios de participación para enfrentar problemáticas como la feminización de la pobreza, la desigualdad, la discriminación y la falta de oportunidades.
Se trata de Warmikuna, la primera escuela de fútbol para mujeres indígenas del Putumayo, una iniciativa de la psicóloga Rossy Muchavisoy, una mujer tiene 23 años, apasionada por su cultura, el deporte y la protección animal. Y que pertenece a la tribu inga del Resguarda Inga Yunguillo, en Putumayo.
También es activista por los derechos de los pueblos nativos y de las mujeres, y vio en el deporte del fútbol la posibilidad para alzar la voz, visibilizar el talento femenino, empoderar a sus coterráneas y transformar vidas y visiones.
“La mujer indígena, por el mismo estilo de vida que lleva, es muy fuerte y ágil. El trabajo en el campo exige muchas habilidades físicas. Nunca volveremos a permitir que nos digan que las mujeres juegan aparte porque no juegan bien. Nosotras jugamos diferente. En el resguardo hay mucho talento”, comenta Rossy,
Además de ser psicóloga, es reconocida en su comunidad por estar vinculada a procesos políticos desde pequeña. Su activismo por los derechos de los pueblos originarios y de las mujeres la llevó, en 2020, a tomar la decisión de crear la primera escuela de fútbol para mujeres indígenas del departamento.
El equipo lleva el nombre de ‘Warmikuna’, cuyo significado es ‘en las mujeres’, haciendo alusión a las mujeres originarias. Sus doce integrantes se dan cita a los entrenamientos tres veces por semana, al caer la tarde. Suelen entrenar en una cancha que construyó la propia comunidad, rodeadas de montañas y vestidas con sus trajes típicos.
Rossy recuerda que, cuando ‘cerraron el portón’ del resguardo en 2020, durante la pandemia, se vieron obligados a reinventar la convivencia. Nadie entraba ni salía, y comenzó a convocar a las mujeres que tenían interés en participar mientras la población se mostraba cada vez más reticente.
Lo más duro, comenta, fue enfrentarse a comentarios hirientes. Sabía que lo que estaba haciendo irrumpía creencias machistas muy arraigadas.
El mayor anhelo de Rossy es que, a futuro, una de las jugadoras de las generaciones venideras manifieste su interés por continuar con el proceso. También que otros resguardos, ya sea en Putumayo o en otros departamentos, también puedan diseñar espacios deportivos para las mujeres.